Si la propia infancia es la patria de cada persona, el 23 de septiembre y el 21 de diciembre marcan sus fronteras naturales. Quieras que no, el otoño, con su principio de curso es el arranque vital por excelencia y el aroma a libros nuevos permanece inalterable en el fondo de nuestra conciencia para recordarnos que nunca dejaremos de llevar dentro de nosotros el niño que algún día fuimos.
Aquel sábado veintiuno de octubre de 2017 tuvo para mi mucho de principio de curso; para empezar me reencontré con amigos con los que hacia tiempo que no rodaba. Frente a la estación de Valdelasfuentes, en Alcobendas, había quedado con los Ciclistas de Lago para realizar la conocida como ruta del Soto de Viñuelas, una excursión típica de los ciclistas madrileños. Allí estaban Tesa, Jairo, Juanma, Pedro, Tomás, Luis, Antonio, amigo de Jairo y un segundo ciclista llamado Pedro con el que aun no había coincidido nunca.
Ahora podría ponerme a describir el recorrido de la ruta y hablar de los lugares por los que fuimos rodando, pero trasteando un poco en la red encontrarás cientos de crónicas que seguro que describen el recorrido con una precisión y una belleza fuera de mi alcance. En lugar de eso te diré que el firme de tierra compacta (tan común entre el norte de la Ciudad de Madrid y Colmenar Viejo) , estaba húmedo pero no encharcado debido a la suave lluvia caída la noche antes, así que la sensación que llevaba el grupo de ir jugando con la bici era patente en cada una de las bajadas que nos fuimos encontrando a lo largo de nuestro camino.
Por otra parte, aunque la mañana comenzó nublada, en seguida un sol otoñal que calienta pero no quema se fue abriendo paso entre las nubes, iluminando una atmósfera de eterno atardecer tan típica del mes de octubre y realzando los tonos verdes y tierra del encinar mediterráneo de aquella zona entre Tres Cantos y San Sebastián de los Reyes.
Si hay algo que caracteriza al grupo de Ciclistas de Lago es que van rápido: una media de más de quince por hora, cuando ruedan por el monte más de tres personas implican cruceros, a mi juicio, tirando a altos. Y aunque es verdad que la mayoría de la ruta del Soto de Viñuelas discurre entre pistas y caminos de grava sin dificultad aunque no exentos de ciertos desniveles, también es verdad que esta gente para pocas veces y ruedan de un manera bastante concentrada, diría yo.
Algo que siempre es de agradecer, dado que en cualquier momento nos podemos caer de la bici y hacernos daño, es que no hubo ningún percance que afectara a la integridad de ningún miembro del grupo, sin embargo el destino, que es bastante caprichoso, quiso que un abrojo perforara primero mi neumático trasero y, acto seguido, el de Juanma. ¿Mala suerte? ¿quién sabe?. Como quiera que una de las reglas de Ciclistas de Lago es que el primero que pincha debe escribir la crónica del día, aquí me tienes -encantado de la vida- contándote, simplemente, que rodando por un lugar mil veces transitado con unos amigos no voy a descubrir la rueda, nunca mejor dicho, pero precisamente montar en bici con amigos es la actividad que mejor me conecta con mi niño interior. Montar en bici es algo que me ancla, durante un rato, a un presente continuo donde ni los fracasos del pasado ni el ansia de un futuro incierto tienen ningún poder. Pero eso ya es materia de Naranjas y Mandarinas, mi otro blog.
By Pablo